
Illusion, Apariencia y Realidad
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Jose Antonio Davila
Illusion, Apariencia y Realidad
La seducción de la naturaleza muerta se pierde en la vasta historia del arte, al igual que el acalorado debate suscitado por este género pictórico. Es un tema de nunca acabar, como el de la subyugación. Ya que el proceso de pensar el arte se niega a seguir reglas que no sean las suyas propias, tiende a quedarse atrás de los altibajos del desarrollo creativo. Mientras el arte se adelanta a los prejuicios existentes, el orgullo suele cegar a la razón y las emociones.
La naturaleza muerta documenta la historia de la cultura. Es testimonio de cambios de mentalidad y formas de pensar y actuar. Los objetos escogidos dentro del género pertenecen a campos semánticos específicos, tales como tramas privadas o familiares, de placer, ocio o decoración. Pero también se relaciona con momentos de contemplación como vanitas, memento mori, el paso del tiempo y la muerte.
El arte latinoamericano tiende a menospreciar el género y sólo algunos visionarios lo consideran un tipo de arte inagotable. Dichos visionarios incluyen a Diego Rivera (México); Claudio Bravo y sus manojos de objetos (Chile); las cajas y espejos que pinta Santiago Cárdenas (Colombia); Amelia Peláez y sus mesas puestas y las imágenes recortadas de Julio Larraz (Cuba). En Venezuela hay dos exponentes clave: Marcos Castillo y José Antonio Dávila. Castillo (Caracas, 1897-1966) estudió a profundidad el tema cezaniano y terminó recortando sus desbordadas composiciones con capas de pintura tan finas que sus obras parecen acuarelas. Sólo me referiré en este texto a las obras que considero más importantes, pues atrás vienen los seguidores, y por último los plagiarios impulsados por la arrogante falacia de que tienen algún tipo de don especial. Si por el contrario partieran de la humildad y se concentraran en el contenido y la técnica, descubrirían que esos son los aspectos esenciales del género de la naturaleza muerta.
La obra de José Antonio Dávila (Nueva York, 1935) recuerda los trabajos de Sánchez Cotán, así como quizás también a Cézanne. No obstante, aunque estos dos artistas son su punto de partida, Dávila aporta una nueva dimensión a su obra que no sigue las leyes universales.
Es imposible aproximarse a una obra de Dávila sin ser afectado por su misterio. Sus piezas revelan metáforas de una visión perspicaz de la realidad donde lo consciente y lo inconsciente se funden con la experiencia social. Los colores y las formas colaboran para crear armonía y equilibrio, pero una tensión secreta no deja de manifestarse.
Dávila sabe captar la atención del espectador con sus trabajos. Los espectadores suelen creer que saben lo que quieren ver y lo que no. Para defenderse, el artista presenta constantemente escenas sorprendentes donde el espectador siente que hay algo que contempla por primera vez. Y dado que su mirada siempre es un tanto distraída, el artista le coloca una trampa.
De ese modo, enfrentado con la “indolencia del ojo”, el artista suministra el antídoto del trompe-l’oeil. Objetos excesivamente detallados se recortan contra fondos de total simplicidad. Hay un juego dramático de luces y sombras irreales que desconciertan al espectador, y fondos planos. También hay enigmas: pizarras, tizas, fórmulas matemáticas y gatos que nos miran. Una sensación onírica ocupa planos imposibles y surgen vegetales que a veces parecen levitar. Estas composiciones no son azarosas. El ojo humano está acostumbrado a la realidad cotidiana y no es capaz de asumir composiciones inventivas e inesperadas. Dávila aprovecha el espacio habitual y lo inserta en un espacio mental irreal. Así nos convierte en esclavos de la ilusión. Nos desconcierta y nos hace pensar.
Sus obras son cautivantes y seductoras. Nadie pensaría en reflexionar en la sensualidad de una naranja o en la fascinación de una caja que cualquier persona normal tiraría a la basura. O en las tensiones entre una mariposa que representa el presente y la fugacidad del tiempo. Nadie imaginaría que debemos vencer el asalto del consumismo contemplando desechos urbanos.
La obra de Dávila también está cargada de una protesta humanista. La artificialidad del mundo exterior contrasta con la autenticidad del mundo interior. Los objetos que nos rodean dejan una impronta. La memoria ocupa una pizarra borrosa. La esperanza del futuro reposa en la tiza del conocimiento. La fruta cuelga de un hilo como nuestras vidas aleatorias. Artes y ciencias tienen una cualidad duradera. La soledad del hombre es más aterradora cuando se refugia en sí mismo. Hay un drama en el teatro silencioso de la mente.
Todos estos factores se combinan para que la pintura de José Antonio Dávila nos maraville. Más que con pinturas, nos encontramos con el alma. Y el alma nos hace indagar, una y otra vez, sobre el misterio de la naturaleza muerta, que permanece inagotable después de tantos siglos.
Beatriz Sogbe
Junio de 2012

Artworks
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